Me veo en la obligación de escribir sobre este asunto porque lo que comenzó como una astuta idea de marketing se les está yendo de las manos a los restauradores de medio mundo.
La mecánica del sistema es bien conocida. Se pueden conseguir chollos para comer en restaurantes a precios muy competitivos. El restaurante pretende promocionarse entre la clientela y ofrece menús con gancho y enormes descuentos.
Groupon, Groupalia y otros clones disponen de ofertas por doquier. El problema es que de cara al cliente la cosa no siempre funciona bien y se encuentra por ahí toda clase de críticas al respecto, más que nada por falta de profesionalidad del restaurador. Las empresas que venden cupones son simples intermediarios que se ganan una buena pasta ofreciendo el servicio a clientes y hoteleros. El que tiene que cumplir con lo prometido es el restaurador y desgraciadamente la cosa falla más que una escopeta de feria, aunque abundan los casos de éxito.
Para el restaurante, apuntarse a uno de estos métodos supone perder algo de dinero, no ganar nada o ganar muy poco a corto plazo y eso ya lo saben desde el principio, por lo que luego no vale la pena quejarse. Parecen no darse cuenta de que el cliente cazador de gangas acude únicamente por el precio y será infiel a la primera de cambio.
Una vez vendidos los cupones al cliente, el restaurante tiene que dar el servicio para cobrar, así que a partir de ahí empieza la picaresca para ofrecer lo prometido pero con todo tipo de trucos. Yo mismo experimenté una promoción para comer arroz con bogavante en Cantabria y no quedé nada contento, porque lo que recibí tenía mucho arroz y poco bogavante, además de recibir un trato frío y distante. Muchos clientes se quejan de que les tratan como apestados por usar estos cupones, lo cual es ridículo ya que el restaurante les ha buscado a ellos y les defrauda tanto como para que no vuelvan.
Una vez más la ignorancia triunfa y lo que ellos mismos podrían vender en una web lo sacan a la venta con intermediarios que se llevan casi el 50%. De eso ya he hablado en posts anteriores de este blog y no abundaré en ello.
El resultado es que cuantos más cupones utilicemos para comer en restaurantes, más fácil es que aparezca uno que lo mande todo al traste y nos espante para siempre.
Lo curioso es que las quejas de los usuarios van dirigidas a las empresas comercializadoras de los bonos y sí tienen razón en que no hay casi control de calidad al respecto.
Mi recomendación personal es no comprar bonos de restaurante y además huir sistemáticamente de los que recurran a este método de promoción. La buena comida tiene un precio y los grandes descuentos son a costa de algo.
Que conste que todo sería mejor si los hosteleros cumplieran con lo prometido y no anduvieran quejándose de que vienen muchos clientes con cupones. No se entiende que los vendan y que luego se enfaden cuando llega alguien que los quiere usar.
La mecánica del sistema es bien conocida. Se pueden conseguir chollos para comer en restaurantes a precios muy competitivos. El restaurante pretende promocionarse entre la clientela y ofrece menús con gancho y enormes descuentos.
Groupon, Groupalia y otros clones disponen de ofertas por doquier. El problema es que de cara al cliente la cosa no siempre funciona bien y se encuentra por ahí toda clase de críticas al respecto, más que nada por falta de profesionalidad del restaurador. Las empresas que venden cupones son simples intermediarios que se ganan una buena pasta ofreciendo el servicio a clientes y hoteleros. El que tiene que cumplir con lo prometido es el restaurador y desgraciadamente la cosa falla más que una escopeta de feria, aunque abundan los casos de éxito.
Para el restaurante, apuntarse a uno de estos métodos supone perder algo de dinero, no ganar nada o ganar muy poco a corto plazo y eso ya lo saben desde el principio, por lo que luego no vale la pena quejarse. Parecen no darse cuenta de que el cliente cazador de gangas acude únicamente por el precio y será infiel a la primera de cambio.
Una vez vendidos los cupones al cliente, el restaurante tiene que dar el servicio para cobrar, así que a partir de ahí empieza la picaresca para ofrecer lo prometido pero con todo tipo de trucos. Yo mismo experimenté una promoción para comer arroz con bogavante en Cantabria y no quedé nada contento, porque lo que recibí tenía mucho arroz y poco bogavante, además de recibir un trato frío y distante. Muchos clientes se quejan de que les tratan como apestados por usar estos cupones, lo cual es ridículo ya que el restaurante les ha buscado a ellos y les defrauda tanto como para que no vuelvan.
Una vez más la ignorancia triunfa y lo que ellos mismos podrían vender en una web lo sacan a la venta con intermediarios que se llevan casi el 50%. De eso ya he hablado en posts anteriores de este blog y no abundaré en ello.
El resultado es que cuantos más cupones utilicemos para comer en restaurantes, más fácil es que aparezca uno que lo mande todo al traste y nos espante para siempre.
Lo curioso es que las quejas de los usuarios van dirigidas a las empresas comercializadoras de los bonos y sí tienen razón en que no hay casi control de calidad al respecto.
Mi recomendación personal es no comprar bonos de restaurante y además huir sistemáticamente de los que recurran a este método de promoción. La buena comida tiene un precio y los grandes descuentos son a costa de algo.
Que conste que todo sería mejor si los hosteleros cumplieran con lo prometido y no anduvieran quejándose de que vienen muchos clientes con cupones. No se entiende que los vendan y que luego se enfaden cuando llega alguien que los quiere usar.