Mira que hay restaurantes en España y tengo que ir precisamente al de un hotel. Como si no hubiera otros sitios. Ya se sabe que los restaurantes de hotel casi nunca son recomendables. Menos mal que en este caso hablamos de una excepción muy honrosa.
El Palacio de Soñanes es un hotel arquitectónicamente emblemático y tiene una categoría equiparable a la de los Relais&Chateaux, con un edificio que lo haría pasar perfectamente por Parador de Turismo de los históricos. Solo por verlo ya merece la pena ir a Villacarriedo aunque no haya muchos más atractivos turísticos en la villa.
El restaurante ofrece un menú pasiego por 25 euros, incluyendo un cocido montañés, media ración de chipirones en su tinta, media de entrecot y el postre, amén de bebidas y café, lo que no está nada mal teniendo en cuenta que se come en un coquetísimo comedor ideal para quedar de cine con la pareja o lucirse con los amigos. El entorno del palacio también está muy cuidado y el marco es de los incomparables.
Allí fuimos tres personas y comimos por unos 70 euros a la carta, sin entrantes. Nos sirvieron un arroz negro muy suave, unas carrilleras excelentes y unas chuletillas de cordero meritorias. Los postres son generosos de tamaño; el brownie con helado estaba logrado y la quesada con helado era saciante a la par que sabrosa. Con un par de copas de vino y los cafés quedamos muy ricamente, teniendo en cuenta que afuera había 28 grados y no estaba la cosa para haber pedido más comida so pena de sufrir la tarde en lugar de disfrutarla. El café no estuvo a la altura del resto de la comida, desgraciadamente.
Se sirve vino por copas al razonable precio de dos euros y hay una carta de vinos algo farragosa de consultar y muy poco organizada, aunque correcta y suficiente. La carta de platos está muy equilibrada y no hay nada que sea muy caro.
No estamos hablando ni mucho menos de cocina de autor sino de platos más bien convencionales con buen ingrediente y preparaciones muy actualizadas, es decir, con poca grasa y mucho sabor. Un huésped del hotel puede cenar tranquilamente cada noche sin miedo a la clavada o a que los platos no den la talla. El servicio es muy correcto aunque le falta un plus de simpatía. El servicio de pan, sin ser óptimo, supera la prueba. Cristalería y vajilla están a tono con lo que se espera, al igual que ocurre con la cubertería.
A favor del hotel y del restaurante hay que decir que en la web del hotel sale la carta del restaurante y eso ayuda a decidir si hacer una visita. Aquí dejo el enlace a la web del restaurante.
Sin lugar a dudas, es una interesante etapa en Cantabria para disfrutar de cocina y arquitectura en un mismo lote. No hay que perderse los servicios higiénicos y un paseito por el interior del hotel para entrar en ganas de reservar una habitación.
El Palacio de Soñanes es un hotel arquitectónicamente emblemático y tiene una categoría equiparable a la de los Relais&Chateaux, con un edificio que lo haría pasar perfectamente por Parador de Turismo de los históricos. Solo por verlo ya merece la pena ir a Villacarriedo aunque no haya muchos más atractivos turísticos en la villa.
El restaurante ofrece un menú pasiego por 25 euros, incluyendo un cocido montañés, media ración de chipirones en su tinta, media de entrecot y el postre, amén de bebidas y café, lo que no está nada mal teniendo en cuenta que se come en un coquetísimo comedor ideal para quedar de cine con la pareja o lucirse con los amigos. El entorno del palacio también está muy cuidado y el marco es de los incomparables.
Allí fuimos tres personas y comimos por unos 70 euros a la carta, sin entrantes. Nos sirvieron un arroz negro muy suave, unas carrilleras excelentes y unas chuletillas de cordero meritorias. Los postres son generosos de tamaño; el brownie con helado estaba logrado y la quesada con helado era saciante a la par que sabrosa. Con un par de copas de vino y los cafés quedamos muy ricamente, teniendo en cuenta que afuera había 28 grados y no estaba la cosa para haber pedido más comida so pena de sufrir la tarde en lugar de disfrutarla. El café no estuvo a la altura del resto de la comida, desgraciadamente.
Se sirve vino por copas al razonable precio de dos euros y hay una carta de vinos algo farragosa de consultar y muy poco organizada, aunque correcta y suficiente. La carta de platos está muy equilibrada y no hay nada que sea muy caro.
No estamos hablando ni mucho menos de cocina de autor sino de platos más bien convencionales con buen ingrediente y preparaciones muy actualizadas, es decir, con poca grasa y mucho sabor. Un huésped del hotel puede cenar tranquilamente cada noche sin miedo a la clavada o a que los platos no den la talla. El servicio es muy correcto aunque le falta un plus de simpatía. El servicio de pan, sin ser óptimo, supera la prueba. Cristalería y vajilla están a tono con lo que se espera, al igual que ocurre con la cubertería.
A favor del hotel y del restaurante hay que decir que en la web del hotel sale la carta del restaurante y eso ayuda a decidir si hacer una visita. Aquí dejo el enlace a la web del restaurante.
Sin lugar a dudas, es una interesante etapa en Cantabria para disfrutar de cocina y arquitectura en un mismo lote. No hay que perderse los servicios higiénicos y un paseito por el interior del hotel para entrar en ganas de reservar una habitación.